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lunes, 8 de abril de 2013

Sanidad del Alma


 Jeremías 33:6

¡Dios los bendiga Iglesia! Yo diría  que este es un tema muy profundo, muy extenso y, me atrevería a decir, que muy delicado para nuestra vida espiritual ¿Cuántos  de nosotros no hemos tenido heridas, cicatrices? Incluso puedo afirmar que, la mayoría, tenemos heridas que no han sido del todo curadas, del todo cicatrizadas. 

¿Cuántos corazones hay, que aún no han sido sanados de heridas que llevamos desde hace años? ¿Y
porque? (veamos Lucas 4:1). En una alma herida, debemos saber cuáles son los motivos que le causaron tanto dolor, tanto malestar.

¿Quiénes de nosotros, de niños o adolescentes, no nos hemos hecho una herida? ¿Cuantas personas, han sufrido accidentes en la casa, en el trabajo? Personas que han sido mordidas por animales, heridas por arma de fuego, por arma blanca, sufrido accidentes de tráfico, etc.

A muchas de estas personas, después de esos accidentes, les han quedado secuelas, en sus cuerpos, en forma de cicatrices. Estas marcas o señales en sus cuerpos, son un recordatorio del sufrimiento y el dolor que sintieron  en aquellas adversas circunstancias. Solo el verlas, el sentirlas, las traslada al instante en el que las sufrieron, reviviendo en su mente, y hasta en su cuerpo, los instantes de dolor, sufrimiento y/o miedo. Cuesta mucho recuperarse.

Hermano, hermana ¿qué pasa con las heridas del alma? Esas heridas causadas por las personas que amamos (traición), personas en las que confiamos (violación), en las que nos apoyamos y apostamos nuestro bienestar y felicidad (desprecio). Heridas causadas, que vejan y erosionan nuestra propia auto estima; nuestra propia capacidad para ser feliz; para salir adelante y prosperar; para hacer algo positivo con nuestra vida, y nos embargan de decepción, incapacidad y negación.

Poco a poco, esa herida, va minando el alma, la va inundando y la llena de resentimiento, de odio, de tristeza y soledad. Esa persona siente que todo a su alrededor es falso, que no tiene sentido. Se siente vacía, se siente lastimada, su recuperación es lenta y dolorosa, sumamente difícil ¡¡pero no imposible!!

Muchas de esas heridas, todas, tienen curación. Pero hay que tomar la decisión acertada, la decisión correcta, el medicamento perfecto para ese mal.

Hay quienes buscan, desesperadamente, un medicamento que les alivie el dolor que sienten, un remedio que les llene ese vacío que  los ahoga, y lo buscan en el mundo.

Ese vacío desean llenarlo al costo que sea, y lo hacen con una vida desordenada: Alcohol, promiscuidad, odios, envidias, peleas, drogas, robos, etc. ¿Qué pasa? Pues que esa herida se hace más profunda. ¿Cómo se puede creer que esas heridas se pueden curar así?

Debemos ser listos y elegir el medicamento correcto y, ¿qué mejor medicina que el PERDON? Comenzando por perdonarnos a nosotros mismos (Isaías 44:22), Jesús comienza a curarnos. El se asegura, que ni cicatrices nos van a quedar. En su infinito amor, comienza un proceso en nosotros mismos, de perdonar todo aquello que una vez nos lastimó, Dios lo va desechando (Salmo 41:4). Y empezamos a ver esa herida, que en el pasado nos causó tanto dolor, tanto vacío, con otro sentimiento. Dios va haciendo un proceso de: Quitar, limpiar, restaurar y purificar, esa alma herida. Y comienza a sanar nuestra vida porque, delante de nuestro Padre Celestial, ¡somos vasos frágiles! El limpia con su preciosa sangre, todo pecado, todo resentimiento, toda esa vida desordenada, Dios nos va amoldando.

Y empezamos a sentirnos confiados (Salmo 5:1). Solo en Dios nos llegamos a sentir fortalecidos, en esa fuerte roca que es Cristo Jesús. El pagó un precio demasiado alto por ti y por mí, fue un gesto maravilloso, y jamás tendremos como agradecerle tanta grandeza.

Hermanos(as), ofrezcámosle a Dios nuestras vidas, nuestros corazones. Todos hemos sido víctimas, hemos tenido heridas que, decimos, ya están curadas, libres  de toda cicatriz. ¡Sólo Dios conoce nuestra condición! El escudriña nuestros más íntimos pensamientos, solo  El puede sanar tu alma herida. (Ezequiel 18:4) Mi alma, tu alma, le pertenece a Dios, que hermoso ese pasaje. El de igual manera desea sanarte (Santiago 1:21).

Esto es más que una decisión personal porque, si Dios viene en este instante, con tu alma herida, no restaurada: ¡Te quedas! ¡Tú decides!

¡Dios: Vivifica nuestras vidas!
¡Dios: Vivifica  nuestras almas!
¡Dios: Sana y restaura nuestras almas!
¡¡La Honra y la Gloria sea de Dios, a El sea la inspiración.!!
¡¡Gracias Señor!!

Aura Rosa

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